Pero hay una cosa que todos conocemos llamada GUSTO, placer.
El placer de pegarse una ducha con agua fría, de comer con hambre, cómo negar ese hambre que sigue a las madrugadas de calor, de verano con olor a primavera, el olor de las flores del velorio, los interminables cigarrillos y los paseos por la vereda, las andadas en bici y las noches en el bosque, en el campo, o en tu cuerpo, una especie de desquite que siempre se siente en esos momentos, y que yo nunca me niego porque me sentiría hipócrita.
Me gusta pensar que vas a conseguir una novia, que toca el trombón, y juntos van a ir a la parrilla (yo jamás hubiese ido a la parrilla), vas a ser el primero en hacer un chiste y tragártelo de costado con medio chorizo, seguro van a ir juntos, se van a beber un litro de vino y acabar con achuras. Carajo, como si los estuviera viendo! Me acuerdo de tantas cosas...
La vida que nos fue juntando a los dos aunque como siempre llena de huecos, de momentos que compartimos juntos y que asoman en el recuerdo, tantos años, broncas y amoríos.
Me cuesta separarme del recuerdo. Y entonces en las primeras horas, tal vez, es menos duro sentir irrevocablemente la ausencia de tus abrazos, y de guirnaldas verbales, siempre ocupándote de poner las distancias... Y el silencio
de la casa a oscuras, a penas el reloj escucho, una bocina a lo lejos, porque el barrio es tranquilo. Es bueno pensar que todo es así, como es.
Que abandonándonos de a poco a un sopor sin imágenes, me estiro con mis lentos gestos de gatita mimosa, una mano perdida en la almohada húmeda de lágrimas, la otra junto a la boca antes del sueño.
Te extraño
imaginarte me hace tan bien.
Siento que el hoy está cesando para volverse ayer, y la luz en los visillos no va a ser la misma que va saliendo en forma de ropa con los velos mezclándose sobre la cama del llanto rabioso...